A la salida de Lanjarón con dirección Órgiva, habiendo cruzado el río Lanjarón, justo a la izquierda sale una pista junto a una fuente en la que podemos llenar nuestras reservas de agua. Esta fuente presume de tener propiedades curativas de índole ocular. A escasos metros una vez iniciado nuestro camino, justo a la derecha comienza el Camino de la Sierra. Una vereda con gran pendiente, empedrada con cuarcitas y serpentinas, entre chumberas, nos va deleitando este camino arriero en cada paso que damos.
A los pocos minutos alcanzamos una pista que seguimos a la izquierda, a lo largo de aproximadamente unos cien metros, para volver de nuevo a la vereda. Esta fuerte subida pronto nos abrirá perspectivas a nuestras espaldas, pudiendo contemplar incluso la costa mediterránea. En menos de una hora llegamos a un castañar, que se vió afectado en parte, por un gran incendio. Llegamos a un carril que tomamos hacia la derecha, hasta un cortijo, donde seguiremos en línea recta dejando a la derecha el carril.
Pronto a comenzamos a ver la silueta del Cerro del Caballo, cumbre con más de3000 m, coronando la larguísima loma de Lanjarón. De nuevo vamos por la vereda empedrada, entre rascaviejas con gran cantidad de pequeños pájaros (mirlo, petirrojo, carbonero). Junto a la fuente de Matomargue, vemos impresionantes especímenes de castaños. A 1250 m alcanzamos la acequia de Mezquerina, límite del Parque Natural. Al pasar por el cortijo de los Pilones, en el cruce dejamos a la derecha el recorrido del sendero Sulayr, para continuar por la vereda, que en pocos minutos nos lleva a la acequia de las Encinillas.
Sin cruzarla, bajaremos al río Lanjarón, un lugar idílico de frondosa vegetación de rivera, donde podremos ver una cascada procedente de la acequia Nueva. Cruzamos el río por un amplio puente, para ascender por unas duras rampas, que atraviesan la acequia Nueva.
Por fin alcanzamos el refugio de Tello, localizado a 1550 metros. Este paraje fue un área de experimentación forestal desde mediados del siglo XX. Aún quedan en pie algunos ejemplares de Secuoyas, testigos de la antigua grandeza del lugar.
